Islas Salvajes, un paraiso biológico
JUANJO MARTÍN | SANTA CRUZ DE TENERIFE
Pasa con frecuencia que rincones lejanos, distantes de nuestros hogares miles de kilómetros, resultan más familiares que los que se encuentran mucho más cerca. Algo parecido sucede con Las Islas Salvajes, los aviones que viajan desde Canarias hacia la Península las sobrevuelan constantemente, pero pocos canarios han visitado este reducto de la naturaleza atlántica.
El archipiélago macaronésico está situado a unos 160 kilómetros al norte de Canarias, es algo menos de la distancia que separa Tenerife de Fuerteventura. Precisamente esta proximidad a Canarias ha enrarecido su historia política, aun hoy en día, 700 años después de ser descubiertas, España no reconoce la soberanía portuguesa de las islas. Según las crónicas de la época, Portugal se aprovechó del caos reinante en los primeros años de la guerra civil española para reclamar este territorio, España, desmembrada y con otros asuntos más importantes que atender, no pudo protestar ni reclamar.
Al margen de su historia política, las Islas Salvajes, constituyen un tesoro de la naturaleza en el Atlántico, que ningún amante de la fauna y flora puede dejar de visitar. Sin embargo, aunque están realmente cerca, no es fácil llegar hasta ellas. En estos momentos no existe ninguna conexión marítima comercial que ofrezca esta travesía, sólo la empresa tinerfeña especializada en turismo de naturaleza Birding Canarias oferta dos excursiones al año. Un modesto servicio de plazas comprensible, si se entiende que estas pequeñas islas no disponen de ninguna instalación destinada al turismo, es más, no disponen de ninguna instalación.
Las Ilhas Selvagens (como se denominan en portugués) están protegidas bajo el amparo de una reserva natural dependiente de la administración local de Madeira. El archipiélago lo forman tres pequeñas islas e islotes que aparecen en el horizonte como espejismos, torres de piedra que ya han provocado algún naufragio. La mayor de las islas, llamada en un alarde de imaginación Salvaje grande tiene una superficie de cuatro kilómetros cuadrados con una altura de no más de 170 metros. Con forma de meseta acantilada, en ella se encuentra el único rastro de la presencia del hombre en este archipiélago. En la bahía de Das Cagarras un solitario guarda de la naturaleza vela por la integridad de estas islas. Su misión no es tarea fácil, ya que debe proteger la zona de la pesca furtiva y atender a los científicos y viajeros que se acercan por esta región. Tanto para visitar la isla como para fondear en sus aguas se necesita una autorización que siempre exige el diligente guardián de la naturaleza, un hombre que agradece visitas pero que cumple a rajatabla con su deber.
Con los papeles en regla y con los pies en tierra firme se puede dar testimonio de la riqueza natural de las islas. Lo que primero llama la atención del visitante es la indiferencia que muestran las aves ante los seres humanos. Se pueden observar cientos de pardelas cenicientas incubando sus huevos.
Los escasos caminos de Salvaje Grande evocan al visitante paisajes del interior de Fuerteventura o sur de Tenerife, vegetación de escaso porte y algunas ruinas en piedra que testimonian los inútiles intentos del ser humano por colonizar este territorio atlántico, todos fracasaron, en estas islas abundan tanto las aves como escasa es el agua potable.
Amantes de la naturaleza
Cuentan los marinos que los piratas, los del parche en el ojo y pata de palo, escondían los tesoros de sus asaltos en estas remotas islas, lo que se sabe con certeza es que Las Islas Salvajes son un preciado reclamo para los amantes de la ornitología.
En sus pequeñas superficies anidan y habitan aves muy difíciles de observar en otros lugares como el Petrel de Bulwer, el Paiño pechialbo o el Paiño de Madeira. Con paciencia o en su defecto, con migas de pan, es posible también observar a los siempre hambrientos lagartos de las islas como el Podarcis dugesii o el perenquén Tarentola boettgeri.
A pesar de su reducido tamaño, en ellas se alcanza a encontrar hasta ocho plantas endémicas, como una magarza que sólo habita en los 300 metros cuadrados de Salvaje Pequeña, que como su nombre indica, es menor que la isla principal pero aun mayor que Salvajita,con apenas 100 metros cuadrados.