Un archipiélago diminuto
Lázaro Sánchez-Pinto Pérez Andreu
Conservador de la colección de botánica del
Museo de Ciencias Naturales de Tenerife
El archipiélago de las Salvajes está situado a 100 millas al N de la Punta de Anaga, en Tenerife, y a algo más de 160 millas al SSE de la Punta de San Lorenço, en Madeira (1 milla = 1,8 km). Lo forman tres pequeñas islas -Salvaje Grande, Salvaje Pequeña y Salvajita- y varios islotes. A su alrededor hay muchas bajas y arrecifes que hacen muy peligrosa la navegación por esta zona del Atlántico. El último naufragio importante ocurrió a principios de la década de los 70, cuando el Cerno, un petrolero italiano de 100.000 toneladas, encalló en Salvaje Pequeña. Unos años más tarde se construyeron dos faros automáticos, uno en la Salvaje Grande y otro en la Pequeña, y desde entonces no se han producido más siniestros.
Geomorfología
Este conjunto de islas, islotes y afloramientos rocosos constituye la parte emergida de un solo edificio volcánico, cuyos cimientos se encuentran a unos 3.500 metros de profundidad, y que se fue construyendo por la acumulación de materiales procedentes de sucesivas erupciones submarinas. Presenta una alineación NE-SO, con una isla situada en un extremo y las otras dos, en el otro. Salvaje Grande es la más oriental, y dista unas 10 millas de Salvaje Pequeña; entre ellas, los fondos marinos superan los 500 metros de profundidad. Esta última y Salvajita, la más occidental, formaban una sola isla hasta hace pocos miles de años, cuando el nivel del mar se encontraba más bajo que en la actualidad. Hoy están separadas por un estrecho brazo de mar de menos de una milla, que apenas alcanza los 20 metros de profundidad.
No existen dataciones absolutas sobre la edad de estas islas, pero su propia geología indica que son bastante viejas. Se estima que emergieron a finales del Oligoceno, hace más de 22 millones de años, probablemente en el mismo periodo en que lo hicieron Lanzarote, Fuerteventura y Porto Santo
Salvaje Grande
Es la mayor (4,5 km 2) y la más alta (151 m) del archipiélago. Tiene la forma de una meseta de contorno más o menos redondeado, plana por arriba y con laderas muy pendientes que se precipitan bruscamente hacia el mar. La parte superior, situada a unos 100 metros de altura sobre el mar, es un gran llano sobre el que destacan tres promontorios: Pico da Atalaia (151 m), donde se encuentra uno de los faros, Pico Tornozelos (137 m) y Pico do Inferno (107 m). Cuando la atmósfera está limpia, desde allí se puede ver el Teide perfectamente, a simple vista. La costa está muy erosionada por la intensa acción del mar. Es acantilada en su mayor parte, abrupta y de difícil acceso, ya que está rodeada de escollos, farallones y plataformas rocosas en todo su perímetro. Existe un pequeño desembarcadero situado a sotavento, en la Enseada das Cagarras, donde se encuentra una casa en la que se alojan los guardas de esta Reserva Natural. De allí parten dos senderos hacia la llanura superior.
Desde el punto de vista geológico, el basamento de la isla está formado por un complejo aglomerado de tobas compactas que engloban rocas fonolíticas y plutónicas, atravesado por diques y pitones fonolíticos y basálticos. Sobre esta matriz, que se eleva unos 70-80 metros sobre el mar, descansa un estrato de materiales calcáreos de varios metros de espesor, donde aparecen diversos fósiles, tanto terrestres como marinos. La parte superior de la isla está cubierta por piroclastos y coladas basálticas de antiguas erupciones submarinas, y de otras de origen más reciente procedentes de los citados picos de Atalaia, Tornozelos e Inferno que, en realidad, son conos volcánicos desmantelados.
Salvaje Pequeña
También conocida como Gran Pitón, tiene una superficie de 0,3 km 2. Es baja y está cubierta en su mayor parte por arenas orgánicas de origen marino. Por debajo hay aglomerados fonolíticos atravesados por varios diques, como en Salvaje Grande. En el extremo occidental sobresale un pequeño promontorio, Pico do Veado o de la Atalaya (49 m), donde se encuentra otro faro. Durante la pleamar, una parte importante del sector oriental de la isla permanece sumergida. Se puede desembarcar por una playita situada al SO, siempre mojándose y si el estado de la mar lo permite. Cerca hay una pequeña casa prefabricada donde duermen los guardas.
Salvajita
Como la anterior, es baja y pequeña (0,1 km 2), y también está cubierta en parte por arenas orgánicas. Sólo destacan dos conjuntos rocosos, el más alto de los cuales está situado en el extremo SE y apenas se levanta 15 metros sobre el mar. Hacia el se extiende una larga plataforma marina poco profunda, de la que sobresalen varios islotes y afloramientos rocosos. En esta isla no existe ninguna construcción, y es muy difícil desembarcar en ella.
Clima
En general, el clima de las Salvajes se puede considerar de tipo oceánico subtropical, parecido al de las costas canarias. Por su situación geográfica, reciben el influjo de las aguas frías de la corriente de El Golfo y de los vientos alisios procedentes del cuadrante de las Azores. Debido a su escasa altura, los alisios no llegan a provocar precipitaciones, pero gracias a ellos y a las aguas frías que las circundan, su atmósfera se mantiene fresca y húmeda la mayor parte del año. Cuando se ven afectadas por las borrascas atlánticas del N y del O, se producen lluvias torrenciales acompañadas de gran aparato eléctrico que, por lo general, sólo duran unas pocas horas. Ocasionalmente, también reciben masas de aire caliente y seco procedentes de África, a veces cargadas de polvo sahariano, como en Canarias cuando hay tiempo sur.
La vida en las Salvajes
Biogeográficamente, las Salvajes forman parte del núcleo central de la región macaronésica, junto a Madeira y Canarias. Con ambos archipiélagos comparte un elevado porcentaje de su flora y fauna, incluyendo varios endemismos comunes, si bien existen más afinidades con Canarias que con Madeira, probablemente por estar más cerca de nuestro archipiélago.
Flora y vegetación
Para las Salvajes se han citado casi un centenar de fanerógamas (plantas con flores), aunque en las últimas décadas muchas de ellas no se han vuelto a observar. La flora actual se reduce a unas 60 especies, en su mayoría de origen mediterráneo-norteafricano (58 %) y macaronésico (30 %). El resto (12 %) corresponde a plantas ubiquistas, casi todas introducidas en época reciente. Para su pequeño tamaño, poseen un gran número de endemismos, tanto exclusivos del archipiélago (8) como macaronésicos (12). Algunos endemismos salvajenses sólo se encuentran en una isla, como una pequeña crasulácea (Monanthes lowei), propia de Salvaje Grande, una margarza de grandes flores (Argyranthemum thalassophilum), que únicamente crece en Salvaje Pequeña, o una tabaiba rastrera (Euphorbia defoliata), exclusiva de Salvajita.
La flora criptogámica (plantas sin flores) es relativamente pobre: un par de helechos, casi una decena de musgos y unos pocos hongos que aparecen tras las lluvias, aparte de unas 40 especies de líquenes, entre ellas las orchillas (Roccella), muy abundantes en los acantilados costeros.
La vegetación natural de Salvaje Grande se encuentra hoy en día bastante mermada debido a las actividades ganaderas y agrícolas llevadas a cabo a lo largo de varios siglos. La introducción de cabras y conejos (ver Breve historia de la Salvajes), el cultivo de plantas barrilleras o la recolección de orchillas (ver Canarios en Salvajes), provocaron cambios importantes en su vegetación original. Las cabras fueron eliminadas cuando se declaró la Reserva Natural, pero aún quedan miles de conejos, y las plantas barrilleras siguen ocupando grandes extensiones en la parte alta de la isla. En tiempos pasados también se introdujeron plantas alimenticias, como tomateras (Lycopersicon esculentum), y arbustos para obtener leña, como el venenero (Nicotiana glauca). Al abandonarse su cultivo, se asilvestraron y, en la actualidad, los “tomates cagones” son abundantísimos, y los veneneros forman bosquetes a lo largo y ancho de toda la isla. Las plantas nativas, que en su día caracterizaron la vegetación natural, han desaparecido o se encuentran refugiadas en lugares inaccesibles. Este es el caso de muchas especies compartidas con Canarias, como la servilleta (Astydamia latifolia), el cornical (Periploca laevigata), la dama (Schizogyne sericea), etc., cuyas poblaciones cuentan con pocos ejemplares.
Por el contrario, la vegetación de Salvaje Pequeña y Salvajita está bastante bien conservada, ya que en ellas nunca hubo ganado ni fueron cultivadas. En ambas islas, los arenales que cubren gran parte de su superficie están poblados por numerosas especies, entre las que destacan por su abundancia una gramínea que parece un junco (Agropyrum junceiforme), un salado (Suaeda vera), la uva de mar (Zigophyllum fontanesii) y dos endemismos salvajenses: un corazoncillo (Lotus salvajensis) y una siempreviva (Limonium papillatum ssp. callibotryum). Sobre sustratos rocosos se desarrolla una cebolla albarrana (Scilla madeirensis ssp. melliodora), endémica de ambas islas. En el Pico do Veado, en Salvaje Pequeña, crecen otras interesantes especies que sólo lo hacen en esta isla, como la ya citada magarza (Argyranthemum thalassophilum). Lo mismo ocurre en Salvajita, el único lugar del mundo donde vive la tabaiba anacoreta (Euphorbia defoliata), de la que sólo existen unos 30 ejemplares.
Fauna terrestre
Uno de los aspectos más sorprendentes de las Salvajes es la enorme cantidad de aves marinas que albergan estas islas, sobre todo en primavera y verano, época en acuden a nidificar. Las más abundantes son las pardelas cenicienta (Calonectris diomedea borealis), que forman colonias muy numerosas, principalmente en los acantilados de Salvaje Grande (ver Canarios en las Salvajes). También son importantes las colonias del paíño pechialbo (Pelagodroma marina hypoleuca), un ave de hábitos pelágicos y actividad nocturna, que construye sus nidos excavando túneles en los terrenos arcillosos de la parte alta de Salvaje Grande y en los arenales de Salvaje Pequeña y Salvajita. Otras aves marinas nidificantes, aunque menos abundantes, son la gaviota argéntea, la pardela chica, el petrel de Bulwer y el paíño de Madeira. Entre las aves terrestres, sólo se tiene constancia de una especie nidificante, el bisbita caminero (Anthus bertheloti bertheloti), pero posiblemente también lo hagan el cernícalo y el vencejo pálido. El resto de las aves citadas para este archipiélago, en total unas 40 especies, son migratorias o han llegado de forma casual.
Existen dos especies de reptiles, ambas bastante comunes: un lagarto (Podarcis dugesii), que también vive en Madeira y Azores, y un perenquén (Tarentola delalandii delalandii), que asimismo se encuentra en Madeira, Canarias y Cabo Verde. Sólo se conocen tres especies de mamíferos, conejo, rata y ratón, todos ellos introducidos, el primero voluntariamente y los segundos de forma accidental.
Con respecto a los invertebrados terrestres, destacan los insectos, con más de un centenar de especies, varias de ellas endémicas del archipiélago (20 %, la mayoría coleópteros). Los arácnidos también están bien representados (más de 30 especies), aunque pocos son endémicos (un pseudoescorpión). También son interesantes los caracoles terrestres de los que se conocen pocas especies, pero son muy abundantes.
Breve historia de las Salvajes
El descubrimiento oficial de las Salvajes se atribuye al marino portugués Diogo Gomes, que las halló casualmente en 1460, cuando navegaba de Guinea a Madeira. Gomes tomó posesión del archipiélago en nombre de la corona portuguesa, aportando una breve descripción: “ilha chamada Selvagem é estéril, ninguém habita nela, nem ten árvores nem águas correntes”. En realidad, las islas ya se conocían desde mucho antes, figurando incluso en el mapa de los hermanos Pizzigani, fechado en 1364, pero nadie había reclamado su propiedad. Los portugueses pronto se interesaron en la explotación de sus abundantes recursos pesqueros, sobre todo, de túnidos. A principios del siglo XVI y por orden del Infante D. Enrique el Navegante, se construyó una cisterna en la parte alta de Salvaje Grande para recoger el agua de lluvia, y se introdujeron cabras y conejos, pensando en hacer más llevaderas las largas temporadas que debían pasar los pescadores lusitanos en esos islotes desérticos. A mediados de ese siglo, pasaron a manos de una acaudalada familia de Madeira de apellido Caiados, cuyos descendientes, los Cabral de Noronha, las conservaron durante casi cuatro siglos.
En 1904 fueron adquiridas por el banquero madeirense Luis da Rocha hasta que, en 1971, fueron declaradas Reserva Natural. Actualmente, son administradas por el Gobierno Regional de Madeira, y para visitarlas es necesario solicitar un permiso especial a las autoridades de esa región autónoma, que mantienen un estricto control sobre cualquier actividad que se lleve a cabo en ellas, incluyendo severas sanciones a los infractores. Salvaje Grande está habitada todo el año por dos guardas, y otros dos lo hacen en Salvaje Pequeña desde marzo hasta noviembre, época en que el archipiélago se ve más frecuentado por embarcaciones pesqueras y deportivas. Cada tres semanas son relevados por otros guardas que llegan en un buque de la armada portuguesa desde Madeira, con agua, víveres y todo el material que necesitan para permanecer y custodiar las islas durante ese periodo.
Canarios en las Salvajes
Antes de ser declaradas Reserva Natural (1971), las Salvajes eran visitadas regularmente no sólo por pescadores madeirenses, sino también por canarios procedentes, en su mayoría, de Lanzarote y del Puerto de la Cruz. Allí permanecían unos meses, pescando y jareando los peces que capturaban, sobre todo viejas que, curiosamente, no son del gusto de los portugueses. En tierra se dedicaban a coger crías de pardela, a las que colgaban boca a bajo de una liña para extraerles el famoso "aceite de pardela", un remedio muy eficaz en el tratamiento de llagas, eczemas, psoriasis y otros problemas de la piel. Durante varios siglos, los pescadores canarios y madeirenses mataron una media anual de 22.000 piezas, y hubo años en que superaron las 50.000...
Otra actividad llevada a cabo por los canarios fue el cultivo de plantas barrilleras para la obtención de sosa, empleada en la fabricación de vidrios, jabones, etc. Buena parte de la llanura superior de Salvaje Grande aún está cubierta por un denso tapiz de dos especies de este tipo: la escarcha (Messembrianthemum crystallinum) y el cosco (M. nodiflorum).
Una ganancia extra la obtenían recolectando orchillas, unos líquenes tintóreos muy abundantes en los acantilados costeros, que se cotizaban a buen precio en los puertos canarios. En una ocasión, a mediados del siglo XVIII, unos pescadores tinerfeños recogieron más de 500 kg de orchillas en Salvaje Grande. Cuando las autoridades de Madeira se enteraron, protestaron enérgicamente ante el Gobernador General de Canarias, y no descansaron hasta que cobraron la mercancía y el patrón del barco fue encarcelado.
Los pescadores profesionales de nuestras islas ya no van a las Salvajes, pero sí lo hacen muchos aficionados a la pesca submarina. El resultado de esta actividad, a todas luces ilegal, es que los fondos marinos están cada vez más esquilmados.
Pero los canarios no siempre hemos ido a expoliar las Salvajes. También hemos contribuido, dentro de lo que cabe, a conocer mejor su naturaleza. Don Telesforo Bravo, por ejemplo, las ha visitado en muchas ocasiones, y sus estudios geológicos constituyen uno de los pilares básicos del conocimiento científico de este archipiélago. En uno de sus primeros viajes le acompañó el botánico sueco Eric Sventenius que, por aquel entonces, dirigía el Jardín de Aclimatación de La Orotava. Sventenius describió casi todas las plantas endémicas de Salvajes, incluyendo una tabaiba que sólo crece en la Salvajita, y que él bautizó con el sugestivo nombre de Euphorbia anacoreta, aunque ahora, por esas extrañas reglas de la taxonomía, se llama Euphorbia defoliata. El Museo de Ciencias Naturales de Tenerife también ha organizado varias expediciones científicas a las Salvajes, la primera de las cuales se remonta a 1976 y fue dirigida precisamente por D. Telesforo, a la sazón director del museo. La más reciente, en abril de 1999, contó con la colaboración de investigadores de la Universidad de las Azores y del Museo Municipal de Funchal. Los numerosos estudios realizados a lo largo de estos años sobre geología, flora y fauna de las Salvajes, han sido publicados en revistas especializadas.
El tesoro de las Salvajes
Según una vieja leyenda, en Salvaje Grande existe un tesoro oculto. Se dice que por el siglo XVIII, unos piratas franceses saquearon tres naves que procedían de México cargadas de oro, joyas y otras riquezas. Los corsarios, sin embargo, no estaban de suerte, ya que su barco encalló poco después en uno de los muchos arrecifes que rodean Salvaje Grande, y no les quedó más remedio que esconder en la isla lo que pudieron rescatar del naufragio, con la intención de recuperarlo más adelante. Pero la mala fortuna les siguió acompañando porque, cuando se dirigían en lancha hacia Tenerife, el lugar habitado más cercano, fueron apresados por navíos de guerra españoles. Los piratas jamás confesaron dónde ocultaron el botín y fueron condenados a muerte, llevándose su secreto a la tumba.
El fabuloso tesoro de las Salvajes nunca se ha encontrado, a pesar de que se han realizado varias expediciones para localizarlo. A mediados del siglo XIX, unos ingleses estuvieron explorando Salvaje Grande durante cuatro años, gastando una considerable suma de dinero. Recorrieron sistemáticamente toda la isla, excavaron la tierra, levantaron grandes rocas, exploraron las cuevas y buscaron en los rincones más recónditos, pero el misterioso tesoro no apareció. Los pescadores canarios contaban que los ingleses, para no perder el trabajo realizado, con la tierra removida y limpia de piedras, se dedicaron a cultivar las famosas plantas barrilleras, de las que nuestros paisanos se aprovecharon más adelante.
A principios de los años 20, el explorador irlandés Sir Ernest Shackleton aseguraba que había encontrado ciertos documentos en los archivos del almirantazgo inglés que hacían referencia al lugar exacto donde estaba escondido el tesoro de las Salvajes. Llegó a un acuerdo con el entonces propietario de las islas para explorar Salvaje Grande al regreso de una expedición al Polo Sur pero, lamentablemente, murió durante el viaje (1922) y más nunca se supo de aquellos documentos.
Como anécdota, en la última visita que realizamos algunos miembros del Museo de Ciencias Naturales a las Salvajes, en abril de 1999, nos acompañó un grupo de suizos que, entre otras cosas, se dedicaron a buscar.... ¡¡el fabuloso tesoro de las Salvajes !!.
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